«Sostiene Pereira»

El canto de Tabucchi a Lisboa, la solidaridad y la paz

El escritor italiano Antonio Tabucchi solía decir en las entrevistas que él se fue a vivir a Lisboa por la voz de la universal fadista Amalia Rodrigues y el fútbol de Eusebio, aquella gloria del Benfica y la selección portuguesa que asombró al mundo con su balompié poderoso y desbordante.

«Sostiene Pereira» es, en una parte muy importante de su estética -simple y refinada- y de su argumento, un homenaje cálido y entusiasta a Lisboa. Pero es muchas cosas más. Tabucchi rinde tributo al periodismo cultural cocinado a fuego lento y, sobre todo, a la amistad, la conversación, la solidaridad con los perseguidos, la paz y la convivencia… El placer de la conexión con el semejante.

El protagonista de esta historia -que se ha convertido por derecho propio en un clásico de la literatura europea- es Pereira, director de la página cultural del periódico vespertino «Lisboa». Pereira, viudo y compulsivo consumidor de limonadas, se topa con el joven escritor Monteiro Rossi, que ayuda a los republicanos españoles en la Guerra Civil, hace proselitismo izquierdista por la región del Alentejo y lucha activamente contra el fascismo que se extiende por el viejo continente en 1938.

Lo que llamamos la norma, o nuestro ser, o la normalidad, es solo un resultado, no una premisa, y depende del control de un yo hegemónico que se ha impuesto en la confederación de nuestras almas

El doctor Cardoso en el Capítulo XVI de «Sostiene Pereira»

La relación entre ambos estructura el relato. El escenario es la capital portuguesa de la luminosidad atlántica, los cafés y los enclaves populares que se salen de los circuitos turísticos habituales: la plaza de Alegría, la iglesia de las Mercedes, la rúa Rodrigo de Fonseca o el templo de San Mamede…

La peculiaridad expresiva principal de «Sostiene Pereira» se anuncia en su título: Tabucchi utiliza esta forma verbal «sostiene» para hilar toda la narración en la que, lógicamente, predomina una tercera persona a la manera de la que pudiera encontrarse en un atestado policial. Esto se complementa con la fluidez de una lectura inolvidable.

«Sostiene Pereira» es, además, un ejemplo deslumbrante de feliz encuentro entre literatura y cine. Tabucchi concluyó el libro en 1993 y solo tres años después, en 1996, el cine italiano se alió con esta historia de la mano del director Roberto Faenza y con el propio Tabucchi como guionista. Para culminar el éxito, pudimos poner cara a Pereira en la persona de una estrella de relumbrón como Marcello Mastroianni.

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«Nada»

¿Por qué un clásico de la literatura española lo es? Quizá «Nada», de Carmen Laforet (1921-2004), sea uno de los mejores libros para poder responder a esta pregunta. Ambientada en la mísera y decadente Barcelona de la posguerra civil en nuestro país, esta obra destaca en su forma por un lenguaje y estructura cuidadísimos, mimados en extremo. Cada palabra está colocada con ansia de perfección, así que no sobra ni falta nada.

Leer a Laforet -2021 es una excelente ocasión para hacerlo porque se cumple el centenario de su nacimiento y hay bastantes actos previstos y reediciones para conmemorarlo- es disfrutar con una prosa fluida pero, a la vez, embellecida por lo poético, lo sensible y el detalle. Esto en cuanto a la forma. La guinda -para revestirse de ese clasicismo al que hacíamos referencia- tiene el sabor de un argumento en una intimísima primera persona y que se desarrolla en el espacio temporal de un año.

«Entonces fue cuando empecé a darme cuenta de que se aguantan mucho mejor las contrariedades grandes que las pequeñas nimiedades de cada día»

Capítulo XIII de «Nada»

Andrea llega desde el pueblo a casa de sus familiares en la calle Aribau de la capital catalana para comenzar sus estudios universitarios. Pronto, tanto esa vía barcelonesa como la vivienda y quienes viven en ella se convertirán en los relevantes protagonistas de un retrato de la miseria, el hambre, la violencia, el clasismo, el enfrentamiento y el rencor que inundó España en esas terribles décadas de pobreza y desazón.

La mezcla de sutileza y realismo con el que la autora hace avanzar las historias que acontecen en «Nada» solo está al alcance de una autora magistral como lo fue la Laforet. Ganadora de la primera edición del prestigioso Premio Nadal en 1944, el gran éxito del libro quizá eclipsó desde el principio y en gran parte el resto de la obra literaria de la escritora. Esta idea es defendida, también, por la traductora Marta Cerezales Laforet, una de las hijas de la autora.

Carmen Laforet compuso cuentos, ensayos, libros de viajes. Y novelas como «La isla y los demonios» o «La mujer nueva». Por esta última le fue concedido el Premio Nacional de Literatura.

«Nada» es un muy buen ejemplo de evolución existencial tanto de su narradora como de quienes le rodean: «La vida volvía a ser solitaria para mí. Como era algo que parecía no tener remedio, lo tomé con resignación. Entonces fue cuando empecé a darme cuenta de que se aguantan mucho mejor las contrariedades grandes que las pequeñas nimiedades de cada día».

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Esta herida llena de peces

Qué buen descubrimiento resulta que la primera novela de una autora deje en la mente el regusto de lo bien contado. La colombiana Lorena Salazar Masso acaba de ver publicada su opera prima. Lleva por título Esta herida llena de peces. Como todo gran libro, esta novedad de la editorial Tránsito tiene la virtud de mostrar la complejidad con palabras y argumentos sencillos. La madre blanca recorre embarcada el gigantesco río Atrato con su hijo adoptivo negro en un viaje incierto y en el que no se sabe si ella regresará sola o con él.

Las dificultades de un país como Colombia no pueden con la fortaleza de la maternidad, que guía esta historia marcada por el mimo, la ternura, la solidaridad y -cómo no- el trayecto por la naturaleza salvaje como experiencia de vida y decisiones.

Casi todo el libro es un soliloquio íntimo en el que Lorena Salazar despliega la habilidad narrativa de introducir al lector sin dejarle apenas escapatoria. Nos coloca, sin remisión, dentro de quien cuenta cuanto ocurre. Este diálogo hacia los adentros vive distintos momentos y grados de intensidad y atesora una calidad nada despreciable si recordamos que estamos ante un estreno.

La precariedad, la interculturalidad protagonizada por los afrocolombianos que viven en los pueblos ribereños del Atrato, el apoyo mutuo entre los viajeros, la violencia larvada y amenazante y la selva indomable de un medio desbordado son personajes también de esta obra que hace desear que la carrera literaria de Salazar nos regale nuevas joyas. Sobresaliente.

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El triunfo de la libertad personal

“…Mis ideas son mías y sólo me pertenecen a mí…” “…El parásito copia, el creador crea…” éstas son algunas de las frases que Howard Roark el protagonista de nuestra historia dirá a lo largo de la película El Manantial (The fountainhead 1949) dirigida por King Vidor y protagonizada por Gary Cooper y Patricia Neal.

Esta defensa a ultranza de la libertad individual frente al colectivismo que nos reduce a meros robots en manos del poder, es una de las mejores películas hechas en la gloriosa década de los cuarenta en Hollywood. Vidor quien tiene tras de sí alguno de los títulos más grandes del cine mudo, supo también dejarnos algunas maravillas en el sonoro como El campeón (The Champ 1931), Duelo al sol (Duel in the sun 1946) o Guerra y paz (War and peace 1956). Sin embargo es en El Manantial donde además de una grandísima película hace todo un alegato a favor de la libertad individual, un derecho inalienable que no puede ser arrebatado por nada ni por nadie.

El manantial nos cuenta la historia de un arquitecto que prefiere picar piedra antes que vender su talento como creador. Un vanguardista cuyo compromiso con su forma de hacer las cosas le llevará a ser absolutamente radical en sus pensamientos. Cuando triunfa su talento, Howard Roark no se vende, no se pliega al poder ni a la complacencia.

¿Es Roark un alter ego de Frank Lloyd Wright, auténtico innovador en la arquitectura del siglo XX y precursor de la arquitectura orgánica? Al menos las construcciones, muy del estilo del Midwest americano, que vemos en la cinta recuerdan mucho al trabajo de Wright. Este genio inició el movimiento de la Prairie School (o escuela de la pradera) cuyo estilo está generalmente relacionado con figuras horizontales y planas integradas con el paisaje. Sus ideas supusieron una ruptura con el clasicismo precedente.

El guión basado en su propia novela corre a cargo de Ayn Rand, escritora judía de origen rusa y una de las figuras sin duda del pensamiento liberal del siglo XX. Creadora del objetivismo, Rand consigue transmitir sus ideas a través de un personaje icónico ya en la historia del cine como es Howard Roark y su lucha contra la masa informe que aplasta el pensamiento individual.

La música de Max Steiner, autor de Lo que el viento se llevó (Gone with the wind 1939) o la mítica Casablanca (Casablanca 1943) enfatiza cada momento dramático como solo sabía hacer el músico vienés y su partitura desprende un inequívoco sabor a música clásica. Los solos de piano nos introducen en la intimidad de los personajes mientras la melodía orquestal nos traslada de nuevo a la grandiosidad de la historia.

La fotografía de Robert Burks de amplias panorámicas enlaza brillantemente con la tónica de la película. Tiene unos encuadres realmente admirables que constantemente nos recuerdan la belleza de la arquitectura y los distintos puntos de vista al observarla.

En medio de todo este mensaje subyace una apasionante y torrida historia de amor entre Howard Roark (Gary Cooper) y Dominique Francon (Patricia Neal) , que acerca más la película al espectador. Cooper representó como nadie al héroe americano, junto a James Stewart o Henry Fonda. No han existido mejores actores para conectar con el espectador medio que acudía al cine. Se veían reflejados en unos personajes cuya honestidad, honradez y lucha se unían a una característica común: su decencia y valor.

¿Debemos decidir ser un tornillo más de la sociedad o tener el valor suficiente para pensar por nosotros mismos y no ser sometidos a lo que la colectividad espera de nuestro trabajo o de nuestras vidas? Roark sabe de su talento y no está dispuesto a venderlo al mejor postor. El precio por salirse de los cánones habituales es alto, pero está dispuesto a pagarlo porque la recompensa es inigualable (y Vidor nos regala un plano final majestuoso donde la imagen dice más que cualquier discurso).

Gary Cooper compone un personaje lleno de aristas, de matices, capaz de llevar al límite sus ideas, algo de un incuestionable valor y que chocará con una sociedad cada vez más deshumanizada. El derecho a decidir, a pensar, a obrar según nos dicte nuestra propia mente, siempre será un obstáculo para el poder, sobretodo el económico…Nos quieren sumisos, subyugados, que sigamos la corriente marcada por los poderosos, ya sea desde un púlpito, una columna de periódico o desde el consejo de administración de una empresa. Roark (Cooper) se rebela ante todo esto y nos emociona en un discurso ya para la posteridad. A su lado Dominique, sus ojos dicen más que sus labios cuando ve por primera vez a Roark, la fisicidad que transmite esa mirada felina le acompañará toda la película. La pasión que siente por Roark se convierte en amor cuando conoce los pensamientos del arquitecto. Roark es un héroe en una lucha desigual contra la sociedad.

En definitiva, una obra maestra del cine por su valor cinematográfico pero también sin duda por su mensaje esperanzador, ese que nos invita a pensar por nosotros mismos y a elegir nuestro destino, porque sin duda si algo no pueden controlar los que manejan las vidas ajenas es nuestra mente. Mientras nuestra mente sea libre, seremos libres como Howard Roark lo acaba siendo.

Rubén Moreno

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El deseo y la luz

Patricia Higshmith, quien ya había terminado su novela “Extraños en un tren”, tenía 27 años y se encontraba sin dinero, por lo que buscó un empleo en la sección de juguetes de unos grandes almacenes. Un día entró una elegante mujer envuelta en visón que dejó un nombre y una dirección a la que enviar una muñeca. Al salir del trabajo, Patricia se fue directa a casa y escribió del tirón el argumento de la novela “El precio de la sal” que tuvo que ser escrita bajo el pseudónimo de Claire Morgan por la naturaleza escandalosa de la misma, según la época. Aún así y tras ser rechazada varias veces por los editores, fue publicada en 1953 y vendió más de un millón de ejemplares. En 1989, esta novela fue reimprimida bajo el titulo de “Carol” y el verdadero nombre de su autora. En 2015 Todd Haynes, filma la adaptación al cine de esta maravillosa novela de Patricia Highsmith y su protagonista, Cate Blanchett nos regala uno de esos personajes eternos.

Blanchett parece levitar cada vez que aparece en escena, la cámara, a penas la acaricia, la sigue como flotando mientras los ojos de una magnífica, también, Rooney Mara la observan con devoción. Son Carol Aird y Therese Belivet y asistimos como espectadores de lujo a la historia de amor entre ambas. Con el estilo habitual de Haynes, “Carol” es un retrato de la inquisidora sociedad norteamericana de los 50, surgida tras la Segunda Guerra Mundial, en la que la hipocresía y el fariseismo son claves. Por supuesto, una relación lésbica es considerada no solo inconveniente sino amoral por cuanto atenta a los principios básicos de cualquier sociedad castradora, lo que pone a la protagonista en la difícil tesitura de elegir qué es lo correcto. Además “Carol” es un ejercicio de buen gusto en el que Todd Haynes parece moverse de modo más que fluido, como ya habíamos visto antes en esa otra joyita del melodrama llamada “Lejos del cielo” en el que Julianne Moore nos trasladaba a la Jane Wyman de las películas de Douglas Sirk. Y es que en el cine de Todd Haynes las referencias clásicas son innegables y Sirk parece un espejo brillante al que mirar a través de una magnífica ambientación, aunque el director californiano incorpora su sello personal a través del desarrollo de personajes.

En “Carol” la escenografía nos recuerda constantes referentes de la cultura norteamericana y así vemos planos que recuerdan a la pintura de Hopper, el uso de la luz y la cámara desenfocada simbolizando la evasión de los personajes nos lleva a la fotógrafa Vivian Maier y los retratos de personajes que forman parte de la sociedad pero parecen estar excluidos. El color siempre presente en las protagonistas, la música, …pero sin duda donde esta película se hace grande es en la dirección de actores con unas extraordinarias Cate Blanchett y una sorprendente Rooney Mara. La imposibilidad de vivir de acuerdo a los sentimientos propios hace transitar a ambas por una especie de limbo de emociones del que solo pueden salir una vez redimidas. El arranque prodigioso de la película y su tramo final nos dirigen casi sin dar importancia a “Breve Encuentro” de David Lean. Lo que sucede entre medio de esas dos escenas es una demostración de buen gusto a la hora de rodar y de clasicismo exento de artificios. La delicadeza y el deleite por el detalle convierten la historia en una sucesión de momentos arrebatadores que culminan en un plano majestuoso de Cate Blanchett como cierre.

Lo cautivador de “Carol” es sin duda la propia singularidad dentro de un universo de referencias que alimentan la historia y componen un efecto revitalizador sin duda. Ese amor por alimentarse del pasado sin perder el rictus personal del film queda evidenciado en cada movimiento de cámara que Todd Haynes utiliza. Esto confiere a la cinta una personalidad propia y una especie de energía a la que la estratosférica interpretación de Blanchett ayuda sin duda. Los juegos de miradas, las caricias casi frágiles, todo compone un cuadro al que accedemos como insospechados visitantes de lujo, capaces de mirar con los ojos actuales y sobretodo con los de los años cincuenta para comprender cada una de las situaciones difíciles que se plantean.

En definitiva, estamos ante una obra magistral que por supuesto también recoge los ecos de otro de los trabajos de Haynes, la más que correcta “Mildred Pierce”. Aparece esa especie de devoción como decimos por evocar lo mejor de un cine atemporal como es el de la década de los cincuenta que entronca con esa percepción más que adquirida ya, de que solo podemos avanzar en el cine si sabemos de dónde partimos. “Carol” se convierte en una obra imprescindible sustentada por Haynes en el universo de Patricia Highsmith, alejada aquí de su género favorito, el policíaco… donde la psicología de los personajes toma importancia capital a la hora de entender su obra. En esta novela, podemos decir que está lo más personal de una autora que supo como pocas retratar las miserias del ser humano y las mezquindades y que aquí sin embargo, nos reconcilia con la vida a través de la estupenda historia de amor entre Carol Aird y Therese Belivet y que la cámara de Todd Haynes sabe captar haciéndonos mirar por los ojos de ambas para deslumbrarnos y hacernos vibrar.

Rubén Moreno

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El lenguaje de las mareas

El lenguaje de las mareas apuntaba a convertirse en uno de los fenomenos literarios andaluces de este extraño verano y lo está consiguiendo. Ayamonte y su poblado pesquero de la Punta del Moral son el escenario de la abrupta e inesperada desaparición de las muchachas Sandra Peinado y Ana Casaño.

Desde ese momento, encontrarlas será la obsesión de los investigadores del Cuerpo Nacional de Policía Jaime Cuesta y Julia López. Pero hay alguien más, que trabaja en las pesquisas desde el drama de su agorafobia y la radical imposibilidad de salir a la calle: Carmen Puerto, inteligente y visceral como pocas.

El lenguaje de las mareas es obra del autor cordobés Salvador Gutiérrez Solís, quien ha firmado ya libros tan interesantes como El escalador congelado (2012) o Los amantes anónimos (2016), entre otros. Su nueva propuesta resulta totalmente adictiva. Es muy complicado apartar el libro y olvidar un trazado literario policiaco y misterioso con tantos colores y tan bien trabajado. El telón de fondo, la exuberante naturaleza de la marisma hispano-portuguesa en el Atlántico y el peligroso cóctel de costa y frontera. Vuelve a confiar en este escritor la editorial Almuzara. Más que recomendable.

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Diario de una alerta.

Día 72.

Colega, finalmente te abandoné, tanto viernes como sábado… y hasta el domingo. Así que acudo, hoy lunes, día de mi cumpleaños además. Buen día para cerrar un pequeño ciclo y, también, concluir contigo. Ya te dije que igual aparezco esporádicamente, así que dejaremos al final unos puntos suspensivos y ya veremos.

Entre otras cosas, ya tampoco me apetece mucho ir contándote el día a día, sabes que me gusta tomarlo con humor así como sacar un punto de vista positivo de casi todo. Y esto se hace, a veces, complicado.

Por una parte, al ir recobrando la rutina laboral, los días son muy parecidos unos a otros y, si bien es cierto que un día en la librería da para, como poco, un par de anécdotas, ya se van pareciendo mucho uno al siguiente.

Pero lo peor es que cada día me va gustando menos lo que veo. Esa ruptura en dos partes, que por momentos se va haciendo más clara y evidente. Quiero creer, estoy seguro de que así es, que somos muchos más los que estamos más próximos al término medio, la virtud, recuerda. Pero los que hacen ruido son los de los extremos y, además, cada vez se repelen –literalmente- más. Cualquier día veremos alguna barbaridad y a ver quién lo asume. Es que, entre políticos de pacotilla que hablan con absoluta irresponsabilidad y actúan sin la coherencia que mencionábamos el otro día, entre cierta parte de prensa y editores que fomentan a los anteriores y, finalmente, mucho sujeto que pulula en redes opinando y compartiendo a diestro y siniestro “las verdades” de los suyos que, total, como es gratis allá que se lanza, ya lo de pensar, lo dejamos para otro momento. Mañana, que hoy da pereza. Afortunadamente hay mucha buena gente en esos mencionados, bravo por ellos.

Así que claro, así nos va. Otras tres palabras que casi llegan al nivel del “no ni na”. Cuanto significado podemos expresar con tan solo unir unas pocas letras, esto (y con ese arte) solo lo conseguimos en Andalucía.
Pero bueno, aunque con los dos primeros pilares bien poco se puede hacer, solo dejar de votarlos o de leerlos, al menos con los “pululantes” que mencionaba si es más sencillo. Iré, al ritmo del avance de las fases, dejando de ver redes y perfiles. Ocultaré todo lo que no me interesa, seguirá ahí, claro. Pero ojos que no ven… Eso sí, siempre pendiente a cuando mi compadre publique sus líneas sobre sus viajes en bus allá en tierra meriní. A eso y a bien poco más.

Y aquí estamos a media tarde del lunes 25 de mayo de 2020. El año de la pandemia que nos tocó vivir a todos. “Taitantos” caen hoy, qué le vamos a hacer, nos hacemos mayores.

Ahora hay que sacar adelante esta última semana del mes. Tela para los negocios, “findemé” y la alerta… vamos, que la cuesta de enero es un llanito en comparación. Veremos qué nos trae el verano, además de calor, claro.

En fin, aún queda día por delante para celebrar, y mañana Dios dirá. Mañana es futuro, ¿verdad? Ahora, más que nunca, toca ir paso a paso, para qué pensar a largo plazo.

Colega, ha sido divertido e interesante compartir contigo el transcurso de los días, los momentos de incertidumbre, preocupación, momentos buenos y regulares. Homenajes culinarios, por supuesto. ¡Tortillas!. La costumbre de una nueva forma de vida, la psicosis de los primeros días al ir a hacer la compra, el salir a cualquier recado y sentirte como el malo de la película, más buscado que Wally en los libros.

Y ahora que vamos recuperando normalidad con cuentagotas, comenzaremos a olvidarnos de todo con mayor rapidez conforme más avanzados estemos en esto de las fases y, ojalá no tengamos rebrotes, más pronto que tarde todo quedará como muy lejano ya para muchos. Y, estoy convencido, el que era buena gente quizás lo sea un poco más y aquellos que eran “unos petardos” pues también lo serán más todavía. Que no, que no aprendemos nunca y esta vez no será menos.

En fin, colega, que no nos falte la salud para seguir viendo a la familia y los amigos, que no falten las cervecitas ni las carreras, cuando solo hay 3 ó 4 locos, al salir el sol o después de que se ponga, junto a la playa. Brindemos por todos, por los que están y los que marcharon. Por los que más ayudaron y por los que se quedaron en casa, que no es poco. Y brindemos, también, por estas generaciones que vienen, no sé si las estamos haciendo buenas. Y brindemos por todo lo que queda por luchar, que tampoco es poco, no se avecinan tiempos geniales, pero saldremos adelante. Lo dice un autónomo.

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Diario de una alerta.

Día 68.

Lo dicho, por la tortilla estoy aquí. Que me quedó riquísima y quería contártelo. Es que si tuviera que venir a contarte los esperpentos diarios con los que nos desayunamos y almorzamos cada día, mejor sería callar para siempre. ¡Bah! Grandísima expresión, ya te lo comenté en días pasados, acuñada por mi compadre y usada desde hace tiempo por ambos cuando queda claro que, por muchas vueltas que quieras darle a un tema, no tiene mayor recorrido.

Carol llegó de trabajar, por fin llegan sus descansos, y se acostó pasadas las ocho. Aunque ya estaba despierto, yo me levanté sobre las nueve. Me preparé tranquilamente y allá me fui, tocaba abrir la librería.

Lo primero que trajo la mañana fue la visita de dos comerciales, así poco a poco se va poniendo todo en movimiento. Novedades, próximas campañas o nuevas colecciones de papelería o de estuches. Hay que continuar organizando y planificando las cosas con tiempo. Eso es algo que nunca cambiará.

No ha dado mucho más de sí la cosa. Por la tarde, el movimiento era bastante menor. Muy parado todo, de hecho se notaba que había poquísimo movimiento en la calle. Demasiado calmado todo.

He cambiado otro de los escaparates, puse las esferas del mundo y mañana las enchufaré para que se vean iluminadas. Son una pasada.
Pensaba cerrar a las ocho en punto, pero a última hora entraron un par de personas y al final acabé un poco más tarde de lo que esperaba. Así que al llegar a casa, me cambié y me dediqué a hacer mi tortilla, con la misma cantidad de huevo y patata que la última vez. Un cuarto ha sobrado. Pepe se ha puesto las botas. Yo también, la verdad. Él estaba tan lleno que ha dicho que no le cabía postre. Yo, también.

Mientras pelaba patatas, mi compadre probaba a hacerme una llamada por Skype, mañana tiene que hacer una conexión para el master que anda haciendo y quería probar hoy, pero no atinaba del todo. Lo cierto es que su relación con las tecnologías no es que sean para sobresaliente. Pero bueno, al final, prueba superada.

Ya cenando, un poco más tarde, he acompañado mi porción de tortilla con una cerveza que me regaló Carol en el día del padre, es una cajita de madera de cervezas artesanales y lo cierto es que estaba tremendamente buena.

Así que, como ves, hoy cero ejercicio y bastante de comer y beber. O sea, que mañana a madrugar sí o sí y a dar una buena carrera. Antes de dormir vamos a empezar a ver una serie, a ver por cuál nos decidimos.

Mañana, día 69 y viernes. Fin de semana. La cosa promete.

Supongo que te veo mañana, colega. Pasado, el número 70 es más que probable que no aparezca, vienen Fernan y Vane a cenar. La última vez fue, creo, justo la semana anterior al comienzo de la alerta, así que ya ha llovido, literalmente, con toda el agua que cayó en abril. Ahora toca sol y recuperar visitas y encuentros. Con la familia, que está en la provincia de Cádiz nos toca esperar un poco más… a ver.

Buenas noches.

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Diario de una alerta.

Día 67.

Miércoles, 20 de mayo. Nos acercamos a los setenta días de “esto”.

Hoy, nuestros políticos han tenido tertulia y han acabado aprobando otros quince días más. Que a estas alturas no sé yo si es bueno, malo o se queda en regular. Desde luego, con el movimiento que se va viendo por todos lados, tiendo a pensar que igual podíamos ya pasar del asunto, tratarlo de otro modo.

En cualquier caso, ya te digo que estos van a ser los últimos días que dedico a escribirte unas palabras, al menos de forma diaria. No te niego que, quizás, en días sueltos pase a saludarte siempre que haya algo importante o alguna anécdota digna de mención. Y también los días que haga tortilla, siempre que no me salga fatal. De hecho, mañana acudiré seguro porque pienso hacer una para la cena.

Aunque como dice mi colega, mañana es futuro. Cada día le doy más la razón. Vivamos el día.

El miércoles ha sido muy similar al martes, más tranquilo en cuanto a ventas, eso no es bueno, pero debemos ir con calma y poco a poco. También han pasado varios buenos amigos a visitarnos un ratito, especialmente algunos del club de lectura. Da alegría verlos, en breve organizaremos reunión, hablaremos de “El camino” de Delibes, por aquello de celebrar su centenario y compartiremos algún plato o aperitivo mientras tanto.

Por la tarde ya se nota demasiado el calor, con el sol dando en los escaparates de pleno. Tocará cambiarlos, mínimo, una vez por semana o algún libro se nos fríe como si fuera un huevo en la sartén. Tocará tirar de aire acondicionado “a jornada completa”.

Llegaron varias cajas y cambié la exposición en uno de los escaparates. Entre una cosa y otra se fue pronto la jornada. Mañana toca cambiar los otros dos.

También hoy ha dado tiempo a leer algo la prensa y ver noticias de estos señores que te comentaba antes y su tertulia barriobajera. No llego a comprender a esa gente que defiende a capa y espada lo que hacen o dicen los del partido político que más le tira, mismo criterio de lo que hace un seguidor acérrimo de un equipo de fútbol, solo que en este caso solo mueve la pasión. Tampoco comprendo, y es peor aún, que unos y otros se nieguen la palabra. Y esto está pasando en políticos y en sus seguidores. Anda que vamos bien encaminados. Espero que la mayoría nos mantengamos siempre más cercanos a un punto medio, ir a los extremos es malo y peligroso. Y de tontos, bajo mi punto de vista.

Así que, sumando un poco de todo esto, llego al resultado final. Hay que ir poniendo punto y aparte a nuestros diálogos, colega. Lo dejamos en y aparte, nunca me gustó poner el punto final a nada.

Y a estas horas, ya va tocando dar las buenas noches. Al llegar de la librería, me cambié y salí a correr. Hoy ha costado, estaba cansado, pero saqué fuerzas y allá fui. Pensaba que no iba a poder y, sin embargo, he corrido más a gusto que casi cualquiera de los últimos días. Me ha acabado sentando bien. Una buena ducha y un poco de empanada recién hecha que ha dejado Carol antes de irse a hacer la última noche de su ciclo.

Así que ahora, relajado en el sofá, se me van cerrando los ojos poco a poco. Iremos apagándolo todo… y a dormir.

Soñaremos con gente que opina muy distinto y debaten y conversan pausada y sosegadamente, como si fueran “gente civilizada”, vamos…

Ainsss. ¡Qué cosas! Colega, cuenta atrás.

Buenas noches.

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Diario de una alerta.

Día 66.

Martes. Anoche dormí mal. Igual es psicológico. Ha sido volver a abrir a jornada completa y no descansar bien, no puede ser casualidad. En fin…

El caso es que había puesto el despertador a las siete y diez, no sé por qué a y diez y no en punto o a y cuarto, manías supongo. Como llevaba un rato despierto, al final me he puesto en pie cuando daban las siete exactas. Mucha menos gente hoy que días anteriores tanto caminando como haciendo deporte, por un momento llegué a preocuparme. Pensé que había salido a una hora equivocada o, peor aún, que habían modificado algo el día anterior y yo no me enteré. Ironía aparte, hoy daba gusto, correr sin tener que andar esquivando a nadie, en línea recta, cabeza alta y hacia adelante. Así somos, lo cogemos todo como si no hubiera un mañana y en seguida nos aburrimos.

Pensando en esto y en mil cosas más durante la carrera, debían ser las ocho y media, nueve menos veinte máximo, cuando llegué a casa. Una ducha y hoy, un antojo, café y un dulce, ¿por qué no?

Ya preparado, salí con tiempo para pasar por Correos a hacer un envío. Tal como llegué y vi la cola que había en la calle, continúe mí camino y me fui hacia la librería. No era plan de perder media mañana allí. Así que, bien visto, llegué con tiempo sobrado hoy y aproveché para dar un buen fregado al suelo. Luego, con la fregona más vieja, al suelo de la calle, que entre “lo que se nos va cayendo” a los humanos y las marcas que dejan los de cuatro patas en las esquinas, no te cuento.

La mañana tuvo el ritmo habitual, me refiero a esa marcha que seguían las cosas en nuestra anterior vida. Comenzó la cosa muy parada, muy normal con los niños en casa y las tareas y deberes por hacer. Más cerca de mediodía se notó un poco más de movimiento en la calle y algún cliente pasó a retirar su pedido, otros a reponer alguna cosilla de papelería que iba faltando en casa a la hora de estudiar. Y pasó Vanesa con la pequeña Rebeca, una breve visita, menudo elemento.

A la hora de cerrar, apareció mi colega “Temble” como por arte de magia, como el que no quiere la cosa, en el momento oportuno para tomar una cañita rápida. Nos bajamos al barrio y Laura, en el Arai, nos la puso junto a una pequeña tapita. Tan solo tenía seis mesas montadas, pero fue una alegría verlas ocupadas.

Fue solo un ratito, en seguida me subí a casa. Hoy tomamos salmón. Después de descansar un poco, me fui de nuevo a la librería. Hoy han pasado las ganadoras del sorteo que pusimos en redes a recoger sus premios, mañana publicaremos las fotos. Hacía calor, así que a las cinco había poca gente en la calle. En general, ha sido una tarde muy tranquila. Pero bueno, volví a tener visita, mi compadre, y estuvimos un ratito de tertulia a modo de confesión, separados por la mampara.

Es que hoy nos llegó la nueva mampara. Será otra buena medida de seguridad… o eso creo.

Total, que pese a ser muy tranquilo el día, ha pasado pronto. Se van a la velocidad de la luz.

Carol trabaja de noche, mañana también y luego llegan los descansos. Hemos cenado tempranito, con ella. Al final, no sé cómo me las apaño, mientras recogí, me tomé el postre y tal, ya era tarde.

Así que me he sentado a escribir y haciendo zapping, apareció en La2 una delicia. Desayuno con diamantes. Segunda vez que la veo durante el estado de alarma. Un pequeño tesoro cinematográfico.

Ya se hace tarde, mañana ya será miércoles, con lo que te plantas sin querer en el jueves y, al día siguiente, te metes en viernes y… ¡Nuevo fin de semana!

Cuando vengamos a darnos cuenta, estamos liados con los cheque-libros. La diferencia será que entonces, esperemos, casi todos tendrán bastante libertad y yo andaré confinado en la librería organizando y forrando libros de texto.

Pero eso, aún está por llegar.

Buenas noches.

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