(Os dejo a continuación el texto del Pregón de la Feria del Libro de San Pedro de Alcántara 2019. Ha sido todo un honor y responsabilidad que pensaran en mi. Espero que os guste.)
Que un librero
se enfrente a la inmensa responsabilidad de redactar un pregón para la Feria
del Libro de su pueblo es, sin lugar a dudas, todo un honor y, también, un gran
reconocimiento a la labor que realizamos en este gremio los auténticos locos
que aún quedamos hoy en día.
Cuando llegamos
a San Pedro, cuando aún faltaba bastante tiempo para que las canas hicieran
patente que la vida va dejando huella, en aquellos tiempos que la memoria
comienza ya a dejar medio olvidados en algún rincón perdido, mi vida laboral se
centraba en algo que para nada tenía que ver con el mundo del libro. La crisis,
maldita palabra, hizo que tuviera que pasar un tiempo sin trabajo. Los lunes al sol, como aquella magnífica
película de Fernando León, me hicieron meditar mucho y decantarme finalmente
por llenar de libros algunas estanterías. Muy loco yo, desde luego que sí. Ya
decía Charles Dickens en su libro Historia
de dos ciudades: “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos,
era la edad de la sabiduría, era la edad de la insensatez, era la época de la
creencia, era la época de la incredulidad, era la estación de la luz, era la
estación de la oscuridad, era la primavera de la esperanza, era el invierno de
la desesperación”. Qué actual resulta aun sabiendo que Dickens nació a
principios del siglo XIX, ¿verdad? Pues,
como decía, la llenamos de libros, de material de papelería y otros artículos
que ayudaran a que el negocio pudiera tirar “pa´lante”. Porque, no podemos
engañarnos, tan solo del libro, es imposible que un negocio como este subsista.
Supongo que aquí se manifestó mi Mr.
Hide en su versión más paranoica, esa cosa de locos que les acabo de mencionar.
Afortunadamente para nuestros amigos y clientes, suelo ser más Dr. Jekyll, no
tengan duda de que pueden entrar sin riesgo alguno a la librería.
Si, al principio
he dicho de “su pueblo”, porque yo no soy nacido aquí pero me considero, hace
tiempo, un sampedreño más. Tengo un precioso negocio y una familia, más
preciosa aún, con 2 hijos que si son sampedreños por los 4 costados, como yo a
fin de cuentas, que llegué hace ya un buen número de años y no me marcharía de
mi San Pedro, nuestro San Pedro, por nada del mundo.
Pasan los años,
cada vez con mayor rapidez, es lo que tiene ir quitando hojas del calendario
que vamos dejando caer poco a poco. Al principio hay muy pocas, tardan en
llegar al suelo. El correr del tiempo es lento. Te vas haciendo mayor casi sin
notarlo, comienzas a comprobar con claridad como esas hojas arrancadas van tardando menos en llegar abajo, es normal, la
montaña que se acumula a nuestros pies es ya bastante alta. A veces echas la
vista atrás y, en este caso concreto, parece que hace un rato que abrimos la
librería, luego comienzas a pensar y te das cuenta de que en estos años que han
pasado, ocurrieron muchas cosas. Seguro que al principio cometimos muchos
errores y seguro que a día de hoy los seguimos cometiendo, pero siempre
estaremos dispuestos en Nobel San Pedro, en nuestro pequeño rinconcito de calle
Lagasca, para ayudar y poder ofrecer un servicio lo más correcto y que
satisfaga a nuestros clientes y amigos de la mejor forma posible.
Porque entrar en
una librería, en cualquiera, es muchas veces algo más que ir a hacer una compra.
Es un servicio que en multitud de ocasiones casi rogaría por que fuera
considerado de primera necesidad. Escoger un libro no es tarea fácil, aunque
deben saber que a veces será él quien les elige a ustedes. Dependiendo del
estado de ánimo, a veces será requisito imprescindible el dejarse guiar por los
consejos del librero de turno. Como cuando se acude al médico porque nos duele
algo y este sabe qué recetarnos y en qué dosis. Un librero, cuando conoce al
lector, tiene muy altas posibilidades de dar con el libro que cure su necesidad
en un preciso momento. Cuando vayan de turismo, cuando pasen por lugares que no
conocen, nunca olviden buscar alguna librería y pasar a echar un vistazo y
conocerla, como quien entra en una catedral y respira esa paz y sosiego entre
sus anchos muros, su espíritu se lo agradecerá.
¿Acaso hay algo con
más magia que una librería?
Recuerdo, sin
poder evitar emocionarme, esos nervios, ese miedo e incertidumbre por lo que
nos depararía el futuro a corto y medio plazo cuando estábamos montando y
preparando la librería. Fue un 9 de julio, un sábado, cuando Espacio Lector
Nobel abría sus puertas por primera vez. Quedan un par de recuerdos marcados en
la memoria por encima de todos: esas personas que entraban al local y te decían
con una sonrisa en la boca “qué me gusta el olor a libro”. Y luego había otros,
eran esos que te decían, con la misma parte de admiración que de estupor, que
había que estar muy loco o ser muy valiente para montar una librería con los
tiempos que corren. A mí, desde luego, me gusta mucho más aquello de loco,
porque no son pocas las veces que un humilde Don Quijote vence su particular batalla
contra los gigantes y, una vez más, volvemos a la locura. ¡Calma! No hay riesgo
alguno, la locura del librero, como la de cualquier buen lector, es muy sana y
recomendable. De hecho, pienso que habría que crear pequeñas dosis de esta
locura literaria para aquellos que todavía no descubrieron la lectura y así poder
ofrecerles una poción como Panoramix hacía con Asterix y los galos. Se dice en
El conde de Montecristo de Alejandro Dumas que “La alegría causa a veces un efecto
extraño; oprime al corazón casi tanto como el dolor” y, bueno, no deja de ser
un sentimiento que tengo muy cercano
cuando abrimos cada mañana las puertas de la librería y el aroma del papel nos
impregna cada poro de nuestro cuerpo.
Llegados
a este punto, debo decirles que lo cierto es que no sé cómo se escribe un buen
pregón. A mí siempre me tocó estar del otro lado, leyendo lo que otros tenían
que contar pero, en fin, lo que sí sé es que para cualquier persona un buen
libro es aquel que le llega al alma, aquel que le emociona, es aquel que le
hace viajar o conocer otros mundos, un buen libro es aquel que consigue
evadirlo del duro día a día, meterse en la piel del protagonista y admirar u
odiar a cualquier personaje como si fuera alguien que el lector tiene frente a
sí mismo.
Por eso he
querido que este pregón sea un pequeño homenaje a todos los libreros, esos
hacedores de milagros, esos transmisores de historia, esos que conocen el
remedio para la tristeza o la soledad, esos que sabrán hacerle reír, llorar,
pasar miedo y, sobre todo, aprender. Y, por supuesto, al LIBRO. Así, con cada
una de las cinco letras que componen esta palabra en mayúscula, sin más
pretensiones, sin dedicarme a alabarlo con palabras típicas y frases hechas que
pueden parecer que encajan muy bien en la situación pero que finalmente carecen
de sentimiento.
L
de libertad. Lea y será más libre. Tendrá una opinión más formada. Lea y
viajará a lugares increíbles. Conocerá mundos que jamás soñó que podría
visitar.
I
de ilusión, de iluminar. I de imaginación. Lea y verá cómo su mente se abre.
Compruebe lo que un texto puede despertar y provocar.
B
de bienestar. Quizás no físico, pero con la lectura conseguirá una satisfacción
interior plena y completa. Solo es cuestión de cultivarlo un poco, de
ejercitarlo.
R
de racional, ¿Qué si no? Poder ser capaz de pensar según un criterio propio,
razonar y emitir juicios en virtud de un pensamiento individual. ¿No es eso
libertad?
O
de oasis. De odisea. Abrir un libro se convierte, casi siempre, en una odisea
que, una vez leída la última página y cerrado el libro, le hará sentir en un
oasis por mucho desierto del que pueda estar rodeado.
Ahora,
“Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber
es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres
antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo
ganas de contarles nada de eso.” Ya saben ustedes, así comenzó Salinger su
“Guardián entre el centeno” y ese mismo rollo pienso evitarles yo, no teman.
Así
que, permíteme tutearte, este homenaje comienza a las puertas de mi librería.
Pasemos dentro, es tan tuya como mía –aunque eso no quite que sea solo a mí a
quien no deja dormir muchas noches pensando en facturas, pedidos y mil cosas
más-. Y en una de las estanterías un libro, discreto y perdido entre tantos,
parece llamarte, intenta captar tu atención. Esa portada que te reclama es este
pregón. Esa portada es también San Pedro de Alcántara, un rincón de la Costa
del Sol bañado por el Mediterráneo que nos canta Serrat, ese Mediterráneo que
se acerca y que se va después de besar nuestra aldea y, jugando con la marea se
va, pensando en volver, porque tal como continua la conocida canción, se añora
y se quiere, sobre todo cuando estas fuera de aquí.
San
Pedro con, puede ser, algunos defectos pero con infinitas virtudes. Un rincón
con un clima espectacular, tanto que si te mueves en cualquier dirección unos
pocos kilómetros ya cambia algo, deja de ser lo mismo por mucho que se quiera
parecer. Por tanto, resulta de obligado cumplimiento leer este libro que se nos
presenta, que nos llama y atrapa y ya nunca querrás salir de entre sus páginas.
Siempre desearás ser parte de él. Léelo. Cuídalo. Mímalo. Lee en una terraza,
lee en el paseo marítimo, lee en casa en uno de esos pocos días lluviosos. Pero
lee. Por cierto, si toca uno de esos días de agua, encaja perfectamente un buen
café. Si toca buen tiempo marida a las mil maravillas una buena copa de vino.
Ya
lo tenemos todo. Tenemos música, acompañados por Alejandro, tenemos nuestro
libro y, quizás, nos faltaría la imagen del cine, pero eso no es nada que no
podamos suplir dejando volar nuestra imaginación. ¿Alguna duda de que somos muy
afortunados?
Pues
bien, coges ese libro de la estantería, sientes su tacto, ya te dije que en
cierto modo no eres tu quien lo eliges, es el libro quien te elige a ti.
Pruébalo algún día, entra en cualquier librería, recorre sus estantes,
disfrútalo y espera que alguno de los libros allí colocados, esperando
pacientemente a su lector, te susurre al
oído que quiere marcharse contigo.
Comienzas
a ojearlo y, claro, lo primero que sueles encontrar es la dedicatoria.
Normalmente es muy breve, no podía ser menos en este caso, y dice algo así: A
ti, San Pedro, si ya cantaba Gardel que 20 años no es nada, los 159 que te
contemplan siguen siendo nada. Sigue creciendo, avanza y nunca, nunca, olvides
de dónde vienes.
Después
es habitual que aparezca un epígrafe, esa cita breve pero cargada de contenido.
Dice así: “Uno es valiente cuando, sabiendo que ha perdido ya antes de empezar,
empieza a pesar de todo y sigue hasta el final pase lo que pase. Uno vence raras
veces, pero alguna vez vence” texto de Matar a un ruiseñor. Maravillosa novela
de Harper Lee, genial película también.
En
fin, ha sido un rápido vistazo y ya sientes a ese libro parte de ti, toca leer
la primera frase de esta historia que hoy estamos compartiendo, esa que debe
conseguir atraparte. En este caso, hagamos nuestra aquella de Miguel Delibes en
“El camino” que decía: “Las cosas podían haber sucedido de cualquier otra
manera y, sin embargo, sucedieron así”. Cuánta sencillez, qué simpleza,
realmente cualquier libro bien podría haber comenzado de este modo. Pero NO. Es
este, sólo este, el libro que plasma así estas primeras palabras. ¡Y detona
brutalmente! Te captura y ya eres completamente suyo, comienzas a pasar
páginas, te metes tanto en la trama que no puedes dejar de leer, ¡un capítulo
más y a dormir! Pero no será así, este es un libro que, una vez empezado,
debemos acabar.
Este
libro que estamos devorando contiene un poco de todo. Terror al principio,
incertidumbre que con mucho esfuerzo consigues aplacar. Humor, ternura,
felicidad y malos momentos, algunos fatales, en su parte central. Y es que así
es la vida, una montaña rusa que rara vez se mueve despacio y horizontal. Y,
aunque hoy habrá que darle un final, intentaremos que sea un final bonito,
cerrado y perfecto, pero lo cierto es que siempre en la última página pondrá
“continuará” porque yo seguiré poniendo todo mi esfuerzo y ganas en hacer de
esta aventura algo que perdure en el tiempo. Podéis estar seguros.
Leyendo los
primeros capítulos de nuestro libro, vemos que la historia nos cuenta los
orígenes de una pequeña librería. Abierta aquí, en pleno centro del pueblo. ¿Quién
dijo que sería fácil? Esa primera parte nos ubica, nos presenta a los
principales personajes que dan vida y sentido a la librería.
El primero, un
servidor. Como decía al principio, insisto, probablemente un loco, como si nos
hubieran sacado de la “cripta embrujada” o del “tocador de señoras” de Eduardo
Mendoza, cual Ignatius en “La conjura de los necios”, como Alonso Quijano, nuestro
personaje universal de Cervantes. Más tarde aparece una chica, se llama
Isa, se sube al carro literario y se
suma al viaje. Como la señorita Helen de “La librería ambulante”, cual
“Matilda” de Roald Dahl, aporta brillantez, frescura y alegría en la historia
que cada día reescribimos entre las paredes de esta sucursal de libros. Y por
fin, aparece el personaje más entrañable en toda historia, ese que en cuanto lo
conoces, te enamoras de él, es una figura que tiene mil nombres, diferentes
edades y un sinfín de caras, aspectos y formas de ser. Es todo eso y, además,
imprescindible, ya que sin él, sin ellos, toda esta historia caería como un
castillo de naipes. No podría ser nada. Cómo no, hablamos del cliente. Del
cliente habitual, del puntual y de aquellos a los que ya se debe calificar como
amigos. Va a ser esta figura la que siempre quede en el recuerdo, la que marca
la historia leída y que, a pesar del paso del tiempo y de olvidar buena parte
del argumento, siempre queda ahí, marcada por infinidad de anécdotas y cosas
curiosas. Entre nuestros clientes y amistades aparecen algunos sujetos
magníficos. Tenemos a nuestro particular Peter Pan, ya entrado en años aunque a
él no le gusta llevar la cuenta, pero con el espíritu más joven que se puede
imaginar. De vez en cuando nos visita Bastian, cuando deja de vivir aventuras
en su “Historia interminable”. Aparece Charlie a veces con un poco de
chocolate, eso sí, cuando puede despistar unos minutos al Sr. Wonka. También el
Lazarillo, con quien debemos tener mucho ojo si no queremos que nos haga alguna
treta. Huckleberry Finn nos hace pasear a veces en un barco de vapor. También
viene Pinocho, nos prometió que el tamaño de su nariz sería para siempre el
mismo. Y Don Juan Tenorio, que nos cuenta con magnífica prosa sus conquistas de
cada noche. A veces, cuando la cosa se pone fea y necesitamos magia, llegan esos
momentos en que debemos acudir a lo más selecto para estos menesteres, Harry Potter,
Merlín o el mismísimo Gandalf acuden puntuales si se les cita y nos levantan el
ánimo, como haría el sombrerero loco ofreciéndonos un té. Ellos, con su magia,
son capaces de conseguir prácticamente cualquier cosa.
Otras veces, la librería se transforma y nos transporta a Macondo, allí comemos los platos preparados por Tita, el personaje de Laura Esquivel. Viajamos a Nunca Jamás a lomos de Platero, Dumbo o Bagheera donde nuestros clientes más pequeños alucinan con Stilton, Greg, Mickey Mouse o las aventuras que se corren los cinco. Dorothy nos conduce por un camino de baldosas amarillas, a veces llegamos a Oz, otras al país de las maravillas y, rara vez, acabamos en las Tierras Medias del “Señor de los anillos”.
Ciertos días,
cuando ya es muy tarde y la calle está solitaria, dicen que si te asomas al
escaparate y pegas mucho la cara, es posible ver fugazmente algún movimiento
dentro de la librería. Son momentos en los que personajes ilustres se reúnen y
deciden con qué persona se irán en los próximos días. Se puede ver a los buenos
de Mortadelo y Filemón, a Rompetechos. A Obélix junto a Tintín. También se
dejan ver el Capitán Alatriste, D’Artagnan o el gato con botas. A veces sacan
sus armas y se divierten jugando a ver quién es el mejor espadachín, pero no
temas por ellos, nunca se querrían hacer daño.
Y como en todo
gran cuento, también tenemos nuestros personajes gruñones. Moriarty, Scrooge,
la madrastra de Blancanieves o Long John
Silver de La isla del tesoro también aparecen. Permítanme recordar a aquel inolvidable
señor que, en un caluroso día de verano, tuvimos el honor de que pasara a
visitarnos y nos preguntó si teníamos el último título de Punset, “pero te lo
deletreo -pe-u-ene-ese-e-te-… es que quizás por aquí no lo conozcáis”. Lujazo
que se marca alguien que tiene a bien venir a una tierra que ha visto nacer a
Juan Ramón Jiménez, Premio Nobel, en Huelva. A Antonio Machado, sevillano, que
dejó a su caminante hacer el camino con sus huellas, pero mejor no volvamos la
vista atrás. A Elvira Lindo en Cádiz, con su manolito gafotas, donde cada año
se cantan letras, a veces hechas himnos, de Alba, Pardo o Aragón. A Góngora en
Córdoba, inmortalizado en un cuadro por Velázquez, si también este es andaluz.
A María Zambrano en Málaga, Premio Cervantes y Príncipe de Asturias, ¡ahí queda
eso!. A Lorca en Granada, donde sus letras se hicieron música cantadas por
Carlos Cano, ¡anda, que este también es de aquí! A Antonio Muñoz Molina en
Jaén, más que premiado y miembro de la Real Academia. A Carmen de Burgos en
Almería, adelantada a su tiempo, escritora, periodista y activista por los
derechos de la mujer.
Luego están los
personajes simpáticos y divertidos, ¡Estos son geniales! Aquella señora que
llega al mostrador y te pregunta por un libro que tuvimos hace 2 ó 3 semanas en
el escaparate. ¡Vaya, mi memoria! Sí, aquel que tenía una chica con un gorro
rojo en la portada. Sí, sí, sí, claro que estoy segura. Era eso, y tenía las
letras doradas. Y la tapa dura. Pues no lo creerán, son muchas las veces que
estas cuestiones acaban en éxito. Pero resulta que en la portada no había
chica, aparecía un caballo y las letras en vez de doradas, eran negras y,
adivinen, nada de tapa dura, era una edición de bolsillo.
De este modo,
avanzamos páginas, espero que estemos disfrutando la lectura y que, ahora que
nos va quedando poco para acabar, leamos más despacio. A mí me pasa a veces,
cuando un libro me llena de verdad y no quieres acabarlo, inconscientemente
decido bajar las revoluciones, intento leer cada palabra con lentitud, intento
pronunciar en mi mente exageradamente, deseando que no acabe.
Pero
es irremediable, esta aventura va tocando a su fin. No pasa nada, mañana será
parte de nuestra memoria. Para mí personalmente quedará para siempre en un
rinconcito especial de mi corazón. Y para todos, llegaran nuevas historias, ya
sabes, habrá terror, humor, intriga y amor, mucho amor. Porque de eso se trata,
de vivir continuamente un millón de vidas. Recuérdalo, Lee.
Y
como ya decía, hay que poner el broche final. Cerrar el capítulo donde todo
concuerda por fin. Donde encontramos el pleno sentido a toda la historia que
hemos vivido en este agradable rato. Ha sido una fabulosa historia que nos
emocionó o nos sacó una sonrisa cuando tocaba. Ahora se baja el telón y tocará
meditar reposadamente, asimilar nuestra historia. Pero ya sabes que, nos guste
o no, siempre aparece un continuará al pasar la última página. Porque tú, ¿pensarás seguir haciéndonos compañía siempre,
verdad?
Y
resulta que llegados al final, nos encontramos con los habituales
agradecimientos, aquí el autor siempre destaca a una serie de personas sin las
cuales no hubiera sido posible que el libro llegara a nuestras manos. Habría
sido una historia, quizás escrita y olvidada en algún cajón que jamás vería la
luz sin su ayuda. Es una parte que sé de buena tinta que muchos lectores nos
saltamos a veces, pero no será hoy, hoy toca sufrir un poquito más.
Y
esta dedicatoria dice algo así:
Gracias en primer lugar a vosotros, que me habéis dado la oportunidad de poder estar aquí como librero, como pregonero de esta feria. En un principio, cuando redactaba las primeras líneas pensé en qué título poner y dudaba entre hacer míos “La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina” de Larsson o “A sangre fría” de Truman Capote, pero en seguida se me pasaron ciertas ansias asesinas por el “marrón” en que me estabais metiendo. Por fin, decidí el título, “Sobre una pequeña librería de San Pedro”. Librería y San Pedro tenían que aparecer, no había otra opción. Son los dos claros protagonistas en estos días que tenemos por delante.
También, cómo no, a los niños. A todos esos niños entre 1 y 99 años que nos hacen ver, como decía el principito, que “las personas mayores nunca pueden comprender algo por sí solas y es muy aburrido para los niños tener que darles una y otra vez explicaciones”.
Gracias a los miembros de nuestro club de lectura “Librorum et Gulae”. Es un privilegio compartir con ellos la pasión por la lectura, una pasión que comenzó a la Intemperie de Jesús Carrasco, y que queda plasmada en nuestras tertulias y en los buenos ratos del Gulae, y es que nosotros disfrutamos tanto la lectura como del buen comer.
Gracias a esas personas que de un modo u otro, ahora
forman parte de mi familia aunque no compartamos sangre ni apellidos.
Y, como excepción, haré dos menciones concretas al mayor y a la más joven. Gracias a Félix, nuestro amigo de 91 años. La experiencia, cultura y sabiduría, pero sobre todo el buen humor diario que nos regala en cada visita nos deja energía en la reserva para una buena cantidad de tiempo. Y un enorme beso para Rebeca, mi ahijada de pocos meses, a la que pienso atiborrar de libros y cuentos para inculcarle la pasión por las letras, intentando en vano parecerme a Alfredo con Toto en la inolvidable cinta de Cinema Paradiso.
Toca
también una disculpa para todos esos autores y personajes que se quedan en el
tintero, espero que se sientan reflejados en esos que si he mencionado a lo
largo de estas líneas.
Algunos
de los aquí presentes, y otros que no han podido acompañarnos hoy, se habrán
visto reflejados, o al menos esa era la intención, en algún momento de este
pregón que aquí acaba, espero que hayan sabido adivinarse en ciertos pasajes.
Poner cada nombre que se me venía a la cabeza habría sido imposible.
Me
despido, ya sí, deseando que nunca perdáis el hábito de leer, que lo recuperéis
si andaba olvidado o que lo encontréis en alguna librería porque, recordad, en
alguna de sus estanterías hay un libro esperando que paséis a recogerlo para
que os pueda transmitir su magia, porque haciendo un símil de Peter Pan y el
batir de palmas para que no muera Campanilla, si no creemos en las librerías,
estamos muertos. Así que batamos palmas con energía, quizás sin saberlo
consigamos el milagro y alguna, a punto a echar el cierre, consiga mantener sus
puertas abiertas mucho tiempo más.
En San Pedro de Alcántara, un uno de julio de 2019