ESE TERRIBLE OLOR A MENDACIDAD

En 1958 el director Richard Brooks llevaba a la gran pantalla una de las obras míticas de Tennessee Williams, “La gata sobre el tejado de cinc” (“Cat on a hot tin roof). La adaptación supuso la consagración de dos actores ya en alza que a partir de esta cinta alcanzan la categoría de mitos del celuloide. Paul Newman y Elizabeth Taylor demuestran que eran mucho más que dos rostros bellos dentro del séptimo arte.

La gran dificultad con la que podía encontrarse Brooks partía de la propia naturaleza del texto de Williams. Estamos en la Norteamérica de los 50 y la obra nos relataba el rechazo que el protagonista, Brick,  sentía por su bella esposa, Maggie,  a la que acusaba de haberle sido infiel con su mejor amigo Skipper. El motivo de dicha infidelidad  sería la venganza ante la sospecha más que fundada de que Skipper y Brick mantenían una relación homosexual. Este rechazo queda claramente ejemplificado en el hecho de que Brick no soporte ni siquiera beber del mismo vaso que Maggie cuando ésta le pida  probar su copa.

La obra había ganado el Pulitzer en 1955 y arrasado en Broadway pero Broadway no era Hollywood y presentar semejante argumento en la gran pantalla,  era cuando menos una osadía, incluso un suicidio económico  para cualquier productor. Como era habitual en la época del Hollywood dorado la obra debía sufrir un giro y a la vez resultar interesante. Es aquí donde Richard Brooks y James Poe componen un guión magnífico que vertebra el film a través de otro de los grandes conflictos que surgen en la obra…la falta de afectividad por parte del padre de Brick, algo que lastrará al protagonista en toda la historia.

Ahondando en este conflicto el film adquiere un ritmo distinto pero igualmente fluye por los territorios más habituales del dramaturgo a lo largo de su carrera…hablamos de codicia, de deseo, de decadencia, de superficialidad,…elementos que son aderezados por el innegable talento interpretativo de un casting en estado de gracia. Desde la pareja protagonista, pasando por los actores de reparto, Jack Carson, Judith Anderson o Madeleine Sherwood, destacaría sin duda Burl Ives en el papel del patriarca Big Daddy Pollit.

Brooks filma con milimétrica precisión primeros planos como el de un Brick con la mirada perdida, ausente, recordando la muerte de Skipper mientras podemos sentir el sudor en su frente como nuestro. Esa sensación de claustrofobia que solo los ambientes sureños son capaces de mostrar,  dota a la historia de una personalidad enorme. Ese terrible “olor a mendacidad”, a falsas apariencias, a secretos que ocultar queda muy bien retratado por Brooks en las miradas de los actores en mitad de sus soliloquios.

La obra de Williams, claramente influenciada por escritores como Faulkner o D. H. Lawrence, así como por coetáneos suyos como Truman Capote o Gore Vidal transita siempre alrededor de personajes marginados a los que Williams ofrece un respeto casi reverencial, perdedores a los que la sociedad va arrinconando de forma inmisericorde. Así nos encontramos a la Blanche Dubois de “Un tranvía llamado deseo” o a la Karen Stone de “La primavera romana de la señora Stone”. Inadaptados, incapaces de seguir las normas establecidas, sufriendo por una existencia que les es esquiva encontramos joyas como “La rosa tatuada”, “El zoo de cristal” o la maravillosa “Dulce pájaro de juventud” que el propio Brooks adaptaría también.

En “La gata sobre el tejado de cinc” su protagonista, Brick, no podía escapar de este arquetipo, si bien la película, añade un componente aún más atrayente al espectador…los increíbles ojos azules de Paul Newman. Junto a Liz Taylor la pareja sabe apropiarse del conflicto latente y convertir en suya la obra.  Durante toda la película veremos a Brick (Newman) apoyarse en una muleta mientras bebe una y otra botella de whisky, enfundado en su pijama no hace sino  excitar aún más el deseo de su ardiente esposa, Maggie la gata. La carnalidad del rostro de ella parece traspasar la pantalla cuando aparece. Se puede sentir, casi tocar,  la tensión sexual entre ambos y es aquí en el tercio final de la película,  cuando asistimos a una de esas secuencias que quedan para la historia:

Bajo una imponente lluvia, Brick , que ha perdido su muleta se apoyará en su esposa por primera vez y hasta el final, mientras se lamenta “…le hecho daño, Maggie, le hecho un daño irreparable a mi padre…”.

Y la tormenta que se había desatado simbolizando los conflictos que han tenido lugar en esa noche de catarsis familiar, desaparecerá alejando el olor a mendacidad para traer la agradable brisa sureña que ha purgado los pecados y les llevará a invitarles a su mayor desafío: seguir viviendo.

Rubén Moreno

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