EL CINE HECHO POESÍA

Dicen que siempre regresamos al lugar donde fuimos felices, aunque solo sea con la mente. Eso es el sur, el lugar al que regresar para alcanzar la felicidad. Ese sur que evoca atardeceres, luz y alegría. El sur es olor a jazmín y a hierbabuena, a naranjos en flor. Es un paisaje lleno de olivos y es el mar que baña sus tierras. El Sur, es un paraíso donde una vez Agustín fue feliz.

En 1983 Víctor Erice dirigió su segunda película,  “El Sur”. Una magistral obra de arte nacida desde el intimismo y que a su vez, paradójicamente,  es una obra inacabada. Según palabras de su propio creador, esta cinta no muestra el espíritu de una historia que nace de la pluma de Adelaida García Morales, pareja del propio Erice,  en dos relatos cortos llamados “El sur” y “Bene”que Anagrama editó dos años después de la película. Esa segunda parte que jamás vio la luz cinematográfica nos muestra ese sur que cobra vida para dejar de ser ese elemento mágico y a la vez misterioso al que querer regresar. El sur aparece para mostrarnos ese viaje que Agustín nunca podrá realizar, a través de Estrella, su hija y auténtica protagonista del film, ya que es su visión la que se nos presenta como guía para entenderlo todo.  

Los problemas de producción hicieron que la obra quedara tal y como la conocemos dotándola de otro sentido, igualmente maravilloso pero diferente al ideado por Erice. La obra cercenada nos presenta al sur como algo utópico, un universo donde poder alcanzar la felicidad perdida, un paraje lleno de luz que lo inunda todo y que contrasta con el evidente y sombrío norte que simboliza aquí la amargura, la tristeza y la melancolía de la España de los cincuenta.

“El Sur” es un viaje iniciático, un camino desde la infancia a la madurez. Tratado desde espacios invisibles donde las cosas se intuyen y los silencios se vuelven protagonistas. Nos habla también de los exilios del protagonista, el externo al tener que vivir en el norte y del interno  donde la melancolía y la nostalgia lo invaden todo. El intimismo de Erice nos hace circular por senderos que se nos vuelven lugares comunes pero que a su vez nos emocionan.

El estilo de Erice es poético, visualmente tiene una fuerza enorme, construyendo una película a base de recuerdos. Los recuerdos de Estrella a través de los cuales conoceremos cómo era la historia. Unos recuerdos que nos invaden desde la poderosísima mirada de Sonsoles Aranguren,  la actriz que la interpreta de pequeña hasta una adolescente Icíar Bollaín que representa esa edad en la que todo empieza a ser cuestionado. Es en este viaje donde encontraremos el sentido a lamelancolía del personaje de Agustín, un extraordinario Omero Antonutti, que guarda un secreto que Estrella intentará descubrir.  En la cinta que Erice pensó, Estrella al descubrir dicho secreto cerraría el círculo iniciado en esa primera escena donde la vemos mover un péndulo que ejemplifica su mundo interior para presentarnos la historia como una especie de diario de imágenes y recuerdos de la propia Estrella.

 La relación con su padre transita por el misterio, la magia, y una complicidad que no poseen ninguno de los miembros de la familia. Crece entre la admiración y el saber que existe ese secreto que su padre oculta y que la hará conocerle como nadie. La voz en off de Estrella, ya adulta, nos hace viajar a la memoria diferenciándonos claramente el mundo real del que imaginamos. La idealización del padre  da paso a un mayor entendimiento que culmina con una secuencia maravillosa casi al final de la película.

Los planos de las miradas de fascinación de la niña al padre se reflejan perfectamente consiguiendo que el espectador empatice con la relación padre-hija desde el primer momento. Esto sin embargo está rodado con sobriedad y belleza, cualidades que son un sello personal en el cine de Erice. La capacidad para emocionarnos de este director queda reflejada en una secuencia icónica dentro del cine español, donde suena el pasodoble “En er Mundo” y la cámara se sitúa en contrapicado mostrando  el baile el día de la Comunión de Estrella entre su padre y ella. Desde la admiración que la niña siente, la cámara se fija desde abajo realzando las miradas cómplices de amor verdadero entre padree hija.

Estamos ante la película más grande de la historia del cinepatrio, un ejercicio de buen gusto, que nos reconcilia con un modo distinto de hacer cine basado en la pausa, en el uso adecuado de los tiempos, de un lirismo visual que entronca con la emoción de contar historias a través de los sentimientos, un relato evocador de singular belleza que posee la magia de ser una perfección inacabada y que nos obliga a transitar por ese mencionado trayecto de emociones y poesía visual.

Rubén Moreno

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