
“…Atticus había dicho una vez que nunca se conoce realmente a un hombre hasta que uno se ha calzado sus zapatos y caminado con ellos”. Este fragmento de Matar a un ruiseñor (To kill a mockingbird 1962) de Robert Mulligan resume cómo era Atticus Finch y su ideal de ser humano. Capaz de aunar en su persona todas las cualidades que harían de este mundo un sitio mejor si todos lo imitáramos.
Harper Lee escribió una novela, ganó el Pulitzer y se retiró. Nunca más concedió entrevistas y no volvió a publicar nada. Su novela se convirtió en una de las mejores películas que se han hecho jamás sobre la condición humana. El relato autobiográfico de una de las grandes amigas de Truman Capote, fue llevado primorosamente por uno de los directores más elegantes que daría el nuevo Hollywood.
Matar a un ruiseñor nos presenta al hombre perfecto, Atticus Finch, un abogado viudo que vive en el sur de Estados Unidos con sus dos hijos y que deberá defender a un hombre negro de una violación que no cometió. El conflicto racial que se crea en la zona será el telón de fondo de una historia que nos habla además de la niñez, de valores como la tolerancia, la humildad, la dignidad y sobretodo la templanza y es que si hay un personaje en la historia del cine que represente esta virtud sin duda ese personaje es Atticus (excelso Gregory Peck, confiriendo al personaje tal veracidad que la propia Harper Lee le reconocía el parecido con su padre, verdadero inspirador de la novela). Atticus es justo, sabe que tiene que defender al acusado, a pesar de ser un hombre negro, porque eso es lo que le ha enseñado a sus hijos. Les ha enseñado que todos somos iguales y sabe que si no defiende a Tom Robinson, jamás podría volver a mirarlos a la cara.

Atticus es el héroe al que todos debemos aspirar. Nunca utiliza la violencia, no la necesita, su arma es el diálogo, su capacidad de argumentar, su firmeza a la hora de defender lo justo. Atticus es el hombre más justo que jamás conoceremos. Sus hijos lo admirarán eternamente y nosotros al verlo en pantalla ya nunca querremos ser otro hombre sino Atticus Finch. Le gusta leer en el porche un libro y contarle cuentos a sus hijos antes de dormir. Representa como nadie lo más noble del ser humano.
Matar un ruiseñor es un alegato contra el racismo, una visión sobre la niñez, una revisión de la tolerancia y sobretodo un ejercicio majestuoso de didáctica. También es una crítica a esa sociedad que crió a hombres honrados en la creencia de que los negros son una raza inferior. Veremos cómo es esa América post depresión del 29 a través de los ojos de los niños.

Robert Mulligan procedía de esa generación de directores que dieron el salto de la televisión al cine, directores como Delbert Mann, John Frankenheimer, Arthur Penn o Franklin J. Schaffner. Directores que imprimieron un nuevo sello al cine de finales de los 50 y principios de los 60. Cineastas que reflejaron como nadie el cambio que el mundo estaba experimentando.
En Matar a un ruiseñor Mulligan a través del texto de Harper Lee nos muestra ese mundo decadente del viejo sur, de ambientes claustrofóbicos donde el sudor lo empaña todo. Casi podemos sentir ese calor asfixiante en cada plano del pueblo. Un mundo donde los negros son seres inferiores y no tienen derecho ni a vivir cerca de los blancos. Costumbres arraigadas profundamente, en un Sur de los Estados Unidos, que veremos también en cintas como Tiempo de matar ( A time to kill 1996) de Joel Schumacher donde un joven abogado, Matthew McConaughey, nos lleva irremisiblemente a Atticus Finch, nuestro héroe perfecto. Si Tiempo de Matar busca el exceso para hacer el mismo alegato que Matar a un ruiseñor ésta es todo lo contrario, una película contenida donde los momentos duran lo que deben durar sin alargarse innecesariamente, sin concesiones, que no cae en la sensiblería y que además tiene a un protagonista que hace de esa contención una excelente virtud (Oscar más que merecido para Gregory Peck).

Toda niña experimenta una visión idílica de su padre pero aquí Harper Lee y por ende Robert Mulligan consiguen hacer que esa visión que la niña (Mary Badham) tiene sobre Atticus traspase la pantalla y todos nos sintamos fascinados por un personaje al que quisiéramos parecernos para hacer de éste un mundo mucho mejor.
La música de Elmer Bernstein nos sumerge de un modo fascinante en ese pueblo donde los hijos de Atticus y su relamido amigo (Truman Capote de pequeño) descubrirán lo que realmente merece la pena ser aprendido. Es aquí donde vemos el talento de Mulligan para saber aprovechar ese diamante en bruto que era el texto de Harper Lee. Como dijo alguien una gran película es aquella que hace que al terminar de verla queramos ser mejor persona. Matar un ruiseñor es sin duda una de esas películas
Rubén Moreno