EMMA BOVARY O EL RETRATO DE UNA MUJER ADELANTADA A SU TIEMPO

 

Decía Vargas Llosa en su maravilloso ensayo «La orgía perpetua»  que… el conflicto de Emma Bovary es el abismo entre la ilusión y la realidad, entre el deseo y el cumplimiento. Esta es una obra que ha seducido a generaciones y cuyo análisis e influencia hemos visto en escritores de la talla de Henry James, Nabokov o el propio Marcel Proust quien alababa la profunda pureza argumental del estilo de Gustave Flaubert.  Es quizá a partir de esta novela que la prosa iguala en virtuosismo a la lírica tradicional.

En 1949 el rey del musical, Vincente Minnelli, dirigió a Jennifer Jones, Louis Jourdan y Van Heflin en una adaptación extraordinaria de Madame Bovary.     Hasta en seis ocasiones ha sido llevada al cine aunque ninguna como ésta. Despojado de las grandes luces y colores del musical que posteriormente lo encumbraría como uno de los grandes de siempre, Minnelli construye una fiel adaptación que posee el encanto que sólo las películas de la década de los cuarenta parecían poseer.

¿Dónde reside el encanto que este personaje, arquetipo femenino de la insatisfacción, produce en el lector? Probablemente podamos observarlo en algo que trasciende el papel y por supuesto la cámara cuando es llevada al cine. La sensualidad de Emma Bovary, eterna incomprendida,  desnuda a una sociedad hipócrita que reprime los sueños de una joven que aspiraba a algo más que ser la segunda esposa de un médico viudo de pueblo con escasas ambiciones.

Minnelli introdujo un elemento nuevo en la película que no aparecía en la novela. El prólogo y epílogo del texto de Flaubert son aquí parte del alegato que el propio autor de la novela deberá defender en un juicio donde un imponente James Mason se pondrá en la piel del escritor galo. (En la vida real el escritor sufrió un proceso por el escándalo que supuso la publicación de la novela y Minnelli quiso reflejarlo en su film)

El principal acierto quizá de la película sea mostrar a una Jennifer Jones que al igual que con “Duelo al Sol” (King Vidor, 1946) rompía con el estereotipo creado en precedentes cintas suyas como “Jennie” (William Dieterle, 1948) o “La canción de Bernadette” (Henry King, 1943) donde su imagen etérea y casi virginal se aleja sideralmente de la Perla Chávez del western de King Vidor o de la aquí insatisfecha Emma Bovary. Jones eclipsa por completo a Louis Jourdan e incluso al solvente Van Heflin porque básicamente su rostro inunda la pantalla. La carnalidad de sus pómulos, la mirada de insatisfacción, aburrimiento,… el brillo de sus ojos cuando se enamora de verdad y la desgarrada languidez de su trágico final son imposibles de imaginar sin Jennifer Jones, quien desborda pasión en cada uno de los primeros planos que recibe.

Y no nos engañemos, lo que escandaliza en Emma Bovary incluso aún hoy no es más que el complejo de inferioridad de una sociedad patriarcal que no permitía a las mujeres disfrutar de los placeres de la vida por igual que el hombre, que negaba su derecho a la emancipación. Emma, al igual que otros dos iconos femeninos de la literatura universal como la “Ana Karenina”  de Leon Tolstoi o la Ana Ozores de “La Regenta” de Clarín es una luchadora en un ambiente hostil e hipócrita. Es en el desenlace moralizante donde encontramos cierto lastre en esta inmortal obra literaria.

La rebeldía del personaje ante una existencia monótona y falta de ilusiones es un tema ya recurrente en la historia de la literatura y también del cine. (Nos viene a la memoria otra famosa insatisfecha… la Sarah Miles de “La hija de Ryan” dirigida por David Lean en 1970) y es precisamente el reflejo de la naturaleza femenina el que nos alerta de que a pesar de pasar siglos y evolucionar como seres humanos, aún la sociedad contiene vestigios de ese patriarcado que condena a la mujer por ejercer su derecho a ser igual que el hombre en sus pensamientos y en sus actos.

Estamos ante una heroína que mucho tiempo antes que Simone de Beauvoir o las grandes luchadoras del movimiento feminista señaló el camino de la emancipación de la mujer simplemente a través de su desarrollo como persona y no como objeto de pertenencia al hombre. Es en el devenir histórico donde alcanzamos a comprender la influencia del personaje de Flaubert en el posterior desarrollo de las grandes heroínas de la literatura y el cine. Una heroína que reivindica su lugar en el mundo y se rebela contra todo aunque por ello tenga que pagar el más alto precio.

Rubén Moreno

 

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