¿Por qué un clásico de la literatura española lo es? Quizá «Nada», de Carmen Laforet (1921-2004), sea uno de los mejores libros para poder responder a esta pregunta. Ambientada en la mísera y decadente Barcelona de la posguerra civil en nuestro país, esta obra destaca en su forma por un lenguaje y estructura cuidadísimos, mimados en extremo. Cada palabra está colocada con ansia de perfección, así que no sobra ni falta nada.
Leer a Laforet -2021 es una excelente ocasión para hacerlo porque se cumple el centenario de su nacimiento y hay bastantes actos previstos y reediciones para conmemorarlo- es disfrutar con una prosa fluida pero, a la vez, embellecida por lo poético, lo sensible y el detalle. Esto en cuanto a la forma. La guinda -para revestirse de ese clasicismo al que hacíamos referencia- tiene el sabor de un argumento en una intimísima primera persona y que se desarrolla en el espacio temporal de un año.
«Entonces fue cuando empecé a darme cuenta de que se aguantan mucho mejor las contrariedades grandes que las pequeñas nimiedades de cada día»
Capítulo XIII de «Nada»
Andrea llega desde el pueblo a casa de sus familiares en la calle Aribau de la capital catalana para comenzar sus estudios universitarios. Pronto, tanto esa vía barcelonesa como la vivienda y quienes viven en ella se convertirán en los relevantes protagonistas de un retrato de la miseria, el hambre, la violencia, el clasismo, el enfrentamiento y el rencor que inundó España en esas terribles décadas de pobreza y desazón.
La mezcla de sutileza y realismo con el que la autora hace avanzar las historias que acontecen en «Nada» solo está al alcance de una autora magistral como lo fue la Laforet. Ganadora de la primera edición del prestigioso Premio Nadal en 1944, el gran éxito del libro quizá eclipsó desde el principio y en gran parte el resto de la obra literaria de la escritora. Esta idea es defendida, también, por la traductora Marta Cerezales Laforet, una de las hijas de la autora.
Carmen Laforet compuso cuentos, ensayos, libros de viajes. Y novelas como «La isla y los demonios» o «La mujer nueva». Por esta última le fue concedido el Premio Nacional de Literatura.
«Nada» es un muy buen ejemplo de evolución existencial tanto de su narradora como de quienes le rodean: «La vida volvía a ser solitaria para mí. Como era algo que parecía no tener remedio, lo tomé con resignación. Entonces fue cuando empecé a darme cuenta de que se aguantan mucho mejor las contrariedades grandes que las pequeñas nimiedades de cada día».