El orden del día, Eric Vuillard

Novela breve, de 145 páginas, Premio Goncourt 2017.

Gracias a la referencia de uno de esos clientes que pasan de vez en cuando por Nobel San Pedro, clientes que al cabo de un tiempo pasan a ser mucho más que eso, llegó a mis manos esta corta novela.

Aunque el texto parte de una reunión secreta llevada a cabo en febrero de 1933 por Hitler con una amplia representación de grandes empresarios de la época, resulta «inquietantemente actual» ver como lo que refleja a través de anécdotas y hechos reales, se mantiene con completa vigencia.

La mencionada reunión busca que esos poderosos industriales financien la campaña política que comienza a desarrollar Hitler y que acabará como ya todos conocemos. Estos, cederán grandes cantidades de dinero pensando que, de ese modo, evitarán el auge del comunismo por una parte y conseguirán mantener sus privilegiadas posiciones por otra. Son los grandes propietarios de empresas (más grandes aún que ellos, ¡ay!) que, a día de hoy siguen siendo de las más importantes a nivel mundial: Bayer, Opel o Siemens, entre otras.

Dice una frase al comienzo del libro que “Son nuestros coches, nuestras lavadoras, nuestros artículos de limpieza, nuestras radios despertadores, el seguro de nuestra casa, la pila de nuestro reloj. Están ahí, en todas partes, bajo la forma de cosas. Nuestra vida cotidiana es la suya”.

Estremecen esas últimas 6 palabras cuando las asimilas en ese contexto.


En la fotografía de portada Gustav von Krupp, poderoso gestor del grupo Krupp AG, la compañía que desde hace décadas lidera en Alemania la producción de acero, armamento y maquinaría agrícola pesada.

Recorremos a través de sus páginas y siguiendo la narración de varias anécdotas, varios pasajes que remarcan que Hitler acabó derrotado pero estos gigantes de la economía obtuvieron ingentes beneficios de los que prácticamente no tuvieron que responder pese al cinismo y falta de valores mostrados. Por ejemplo, con el pago de cantidades ridículas como compensación a la mano de obra esclava usada en sus fábricas durante todo el periodo de hegemonía nazi

Me dio la impresión de que tanto el primer capítulo como el último resultan
impactantes, tanto como para decir que podría ser suficiente con la simple lectura de ambos.

Antes de acabar, es obligado mencionar el «poético encuentro» de un ya senil Krupp (protagonista de la portada) con los fantasmas de victimas y sufridores de las campañas emprendidas con sus aportaciones de capital.

Como conclusión, resulta muy recomendable la lectura de este Premio Goncourt, solo necesitarás un par de ratos. Disfrutarás una buena literatura que te obliga a hacer una reflexión con completa vigencia en pleno siglo XXI pese a contarnos eventos ocurridos a principios de la década de los 30.

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A VECES EL CRIMEN HUELE A MADRESELVA

 

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“How could I have known that murder can sometimes smell like honeysuckle?” (Cómo podía saber que el crimen a veces huele a madreselva). Con esta frase Walter Neff nos describe a través de un flash back maravilloso su descenso a los infiernos.

En  1944 Billy Wilder llevó a la gran pantalla bajo el nombre de “Perdición”  la novela corta, sólo 138 páginas, “Pacto de Sangre” de James M. Cain. “Double Indemnity” que es su título original  es una de las obras cumbres del film noir. Una obra sin la que sería imposible entender este fascinante género cuyos límites siempre han resultado algo difusos y motivo de debate. En cualquier caso, “Perdición” contiene los aspectos clásicos del género, la femme fatale, la voz en off, los ambientes turbios, el sexo, el poder, las miserias humanas, …Todo agitado en un cóctel maravillosamente escrito, como decíamos,  por el norteamericano  de origen irlandés, James M. Cain, autor entre otras grandes obras de “El cartero siempre llama dos veces” o la prodigiosa “Mildred Pierce”. El guion corrió a cargo nada menos que de Raymond Chandler y el propio Billy Wilder quienes elaboraron un texto preciso y medido que respetaba enormemente la novela original.

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En cuanto vemos aparecer a Phyllys Dietrichson, una prodigiosa Barbara Stanwyck,  bajando de la escalera con su pulsera al tobillo nos damos cuenta de que Walter Neff (Fred MacMurray) va a hacer todo lo que ella le pida. Sin embargo, a diferencia, del pelele clásico (figura que nace como uno de los elementos vertebradores del género junto a la femme fatale) aquí el señor Neff sabe que va a caer bajo el influjo de Phyllis pero no de manera inocente. Existe también en el propio Neff algo turbio que lo empuja a convertirse en un ser despreciable. No estamos por tanto solo ante la manipuladora actitud de Phyllis Dietrichson, sino que parecería que ambos están condenados a encontrarse,  ya que son dos caras de una misma moneda. Ambos son ambiciosos, codiciosos, no se conforman con lo que tienen, siempre piden más y eso lo incluye todo. El famoso código Hayes seguramente nos privó de ver en pantalla la carnalidad del deseo que subyace en las miradas de Phyllis y Walter. Intuimos pero no vemos y eso quizá aumenta aún más la grandeza del film, los diálogos mordaces y llenos de simbolismo y  la carga sexual (…en este Estado hay límite de velocidad, sr Neff…) que nadie como Billy Wilder para poder desarrollar. Wilder sugiere, evita subrayados innecesarios y se apoya en un texto maravilloso para poner la cámara y hablarnos con ella. Nos coloca a los dos protagonistas a distinta altura en la secuencia donde se encuentran por primera vez. En ese momento inicial, es Phyllis la que tiene el mando. De ahí su seductor descenso por las escaleras. La secuenciación del crimen nos irá poniendo a ambos protagonistas en distintos estados. El crimen es metódicamente preparado, nada puede quedar al azar, cualquier cabo suelto será peligroso y más con Barton Keyes (un Edward G. Robinson portentoso) , jefe de Neff y su “famoso hombrecito del estómago” (referencia constante de Keyes cuando desconfía) al acecho.  Por eso Phyllis y Walter planean de forma milimétrica como será el asesinato y ahí Wilder los iguala en cámara. Ya no tenemos al clásico pelele manipulado, sino a un cómplice totalmente entregado a la causa de tal modo que Phyllis prácticamente pasa de ideóloga a simple espectadora. Las armas de mujer para seducirlo quedan pronto  al descubierto pero Neff lo sabe y no lo intenta remediar, sabe del peligro que supone la señora Dietrichson pero algo dentro de su ser lo arrastra a la perdición sin dar marcha atrás. La mirada de Stanwyck atraviesa la pantalla y describe como pocas veces el dramatismo y la turbación del personaje. Como toda femme fatale su plan cuidadosamente estudiado contiene un giro con el que no cuenta su presa y es ahí donde Phyllis se vuelve aún más maquiavélica recuperando de nuevo el mando.

El simbolismo está presente en toda la cinta ya sea la pulsera que rodea el tobillo para enloquecer a Walter Neff (“…pero tú pensabas en asesinato y yo en la pulsera de tu tobillo), o en la casa estilo español tan de California que al final no es sino una muestra de la decadencia como seres humanos de dos personajes comunes convertidos en criminales sin ningún tipo de arrepentimiento.

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Una obra mítica cuya atemporalidad está precisamente en retratar la mezquindad humana, en mostrar las bajas pasiones y lo ruin del ser humano. Una película que sin duda emerge como icono de un género fascinante,  pero que va mucho más allá de dicho género y es que parafraseando nada menos que a Hitchcock, podemos decir que después de ver Double Indemnity las dos palabras más importantes del cine serían…Billy Wilder.

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